El arte perdido de la moderación
Todos sentimos una gran admiración por las historias de atletas que superan la adversidad para alcanzar la grandeza porque nos motivan a creer que nosotros podemos hacerlo también.
Solo por mencionar algunos ejemplos, tenemos el caso de Wilma Rudolph, que venció la polio y el racismo para convertirse en la primera mujer estadounidense en ganar tres medallas de oro en unas Olimpiadas. O Bethany Hamilton quien a pesar de haber perdido un brazo en un ataque de tiburón a los 13 años, volvió al surf y se convirtió en una estrella, inspirando a millones de personas. También está Usain Bolt, quien a pesar de nacer con escoliosis, desafió todos los pronósticos para convertirse en el hombre más rápido del mundo.
Todas estas historias son impresionantes, pero a menudo pasamos por alto algo crucial: el sacrificio extraordinario, el autocontrol y la disciplina son necesarios para triunfar. Detrás de cada medalla de oro hay innumerables momentos de restricción: decir no a la comodidad, a los excesos y a las distracciones, y decir sí al entrenamiento riguroso y al enfoque constante.
Para lograrlo, muchos atletas se abstienen de muchas cosas y así es en la vida espiritual. Hay que hacer a un lado los placeres de este mundo para correr la carrera cristiana.
" ¿Acaso no saben ustedes que, aunque todos corren en el estadio, solamente uno se lleva el premio? Corran, pues, de tal manera que lo obtengan." (1 Corintios 9:24).
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