Pertenecer a Dios
¿Alguna vez has sentido la necesidad y el deseo de encajar? Tal vez, en el trabajo con tus colegas,entre la familia o a lo mejor en una fiesta de amigos, casi siempre existe la incómoda presión interna de querer encajar. Pasamos más tiempo preguntándonos si somos lo suficientemente buenos, en lugar de recordar lo que dice Dios que somos.
El versículo 1 del pasaje de hoy dice que debemos fijarnos en cuán grande amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios, y lo somos. Por eso, el mundo no conoce este gran amor, precisamente porque no lo conoció a él. Dios nos ha dado una identidad, una que es primordial y una que nos sostendrá. Dios nos llamó sus hijos y quien no lo conozca no entenderá realmente a su pueblo.
Así es como se sintió Jesús muchos días, haciendo la voluntad de su Padre mientras era incomprendido por casi todos los que le rodeaban. Pero qué aliciente es saber que tenemos un gran sumo sacerdote que comprende las realidades de nuestra lucha al vivir en uns sociedad distante.
Sí, Jesús nos comprende perfectamente. Él lo entiende. Nos entiende. No tenemos que buscar nuestra identidad en nadie más allá que sólo él. No debemos cuestionar si encajamos o no, ¡somos parte de la familia más increíble que jamás haya existido! Dios nos llama sus hijos. Él nos ha dado promesas con un valor inconmensurable, y nuestro Padre celestial jamás miente. Él hará todo lo que ha dicho que hará.
En cada lucha que tengamos, sea esta grande o pequeña, podemos confiar que su corazón siempre está y estará interesado en nosotros. No debemos preocuparnos por pertenecer cuando sabemos, realmente, a dónde pertenecemos. Nuestro hogar, identidad y propósito están en él. Es solo cuando nos aferramos fuertemente a esta verdad que somos libres de la ansiedad y la preocupación.
Durante esta semana, recuerda constantemente que eres un hijo y una hija de Dios, planta semillas de tranquilidad en tu mente, sobre tu fe y tu futuro, sabiendo que tienes una identidad en Cristo. Dios te llama suyo (a), esta es una promesa en la que puedes confiar hoy y siempre.
" Miren cuánto nos ama el Padre, que nos ha concedido ser llamados hijos de Dios. Y lo somos. El mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él. " (1 Juan 3:1).
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