No ames el mundo
Juan nos ofrece la guía para vivir en nuestro "mundo", este entorno lleno de contrastes y tentaciones, y nos recuerda la diferencia entre los valores celestiales y terrenales.
Dios creó el mundo con todo su esplendor y bondad, pero lamentablemente fue manchado por el pecado. Aunque aún podemos apreciar su belleza original y disfrutar de lo bueno, es crucial recordar que las metas y valores que el mundo promueve no siempre reflejan los ideales de Cristo.
El versículo 15 nos dice claramente: "No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama el mundo, no tiene el amor del Padre. " Jesús lo dijo de manera muy simple: No podemos servir a dos amos. El mundo y sus tentaciones pueden parecer atractivos, pero como creyentes. nuestro corazón debe ser para Dios y sólo para él.
Esto no significa que debemos aislarnos, sino que debemos poner a Dios en el centro de nuestra vida para actuar con sabiduría. Nuestras acciones deben ser guiadas por lo que le agrada a él y no por lo que el mundo ofrece.
El versículo 16 nos muestra cuáles son "las cosas del mundo" que debemos desafiar: los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos, la arrogancia de la vida. Usualmente el mundo se enfoca en la gratificación instantánea y la satisfacción material. Como creyentes, debemos resistir firmes a estos deseos y buscar agradar a Dios.
Como nos recuerda Juan en el versículo 17, todos estos deseos y placeres son efímeros. En cambio, el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre. Debemos invertir nuestro tiempo y energía en aquello que es eterno, no en lo temporal y pasajero. Los deseos terrenales pueden ofrecernos gratificación a corto plazo, pero no son duraderos.
Sigamos el camino de Jesús, amándolo sobre todas las cosas, y permitiendo que él sea nuestra guía. Al centrarnos en su amor y seguir sus mandamientos, encontraremos verdadera plenitud.
" No amen al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama el mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, es decir, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus deseos pasan; pero el que hace la voluntad de Dios permanecerá para siempre. " (1 Juan 2:15-17).
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