En la prosperidad y en la adversidad

       Jesús murió para eliminar la distancia que prevalecía entre Yahweh y el individuo; sufrió para quitar la hostilidad que tiene nuestra relación con él y  para borrar las barreras que nos separan. La circunsición fue el distintivo del pueblo de Dios en el viejo pacto; fue una señal de familiaridad. En el lugar más secreto del cuerpo masculino, Dios puso su propia marca. Pero ese signo corporal fue solamente un símbolo de lo que el Señor quería hacer en el corazón humano (véase Deuteronomio 30:6). ¿Sabes que Dios también puede circuncidar nuestro corazón testarudo hasta el punto de la intimidad más profunda? Es capaz de efectuar una cirugía divina para que lo alcancemos a amar con todas nuestras entrañas y todo nuestro espíritu. Según Moisés, hasta que permitamos que él realice esa operación, nunca experimentaremos la verdadera vida.

La culminación de la fe cristiana es cuando dejamos que él transforme nuestro ser interior para que él mismo llegue a ser el deleite de nuestra existencia. El Señor desea ser el gozo de nuestra alma para que sintamos que el privilegio más grande posible es someternos a él. Nuestra petición debe ser: "Señor, soy tuyo en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, para adorarte y respetarte todos los días de mi vida." Y lo bello es que aún la muerte no nos consigue separar; sólo aumentará nuestra confianza.

¿Has arribado al punto donde Jesús es tu alegría? ¿ Has logrado creer que tu seguridad radica en pertenecer completamente a Él? La mejor imagen de esto es el regocijo que el novio halla en su novia, pero ni la mejor esposa puede compararse con Dios. El Señor anhela darse a nosotros de la manera que el marido y la esposa han de entregarse uno al otro, y ansía que nosotros también nos rindamos a él con el mismo compromiso y pasión. ¡Completamente! ¡Sin condiciones! ¡Para siempre!


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