Un corazón agradecido

    La clave para la existencia de Daniel fue: Adondequiera que se moviera, el Señor lo acompañaba.            Los que odiaban a Daniel decretaron que nadie orara a ninguna deidad por 30 días. Después de oír el edicto, Daniel volvió a su casa y abrió su ventana hacia Jerusalén. Me encanta el que se orientara hacia la ciudad santa. Ninguna magia radicaba en esa dirección, pero Jerusalén simbolizaba el lugar donde Yahwéh había morado. Daniel invocaba así tres veces al día; no creo que esas plegarias fueran algo rutinario. Su ser interior encerraba tanta hambre que sentía la necesidad de conectarse regularmente con la fuente de su guía, seguridad y gozo. Cuando habló con Dios en esa posición, arrodillado con su rostro hacia Jerusalén, sabía que la consecuencia potencial era morir en el foso de los leones ; sin embargo, su oración fue de gratitud. 

Siempre es más fácil percibir la presencia del Señor cuando uno posee un corazón agradecido. A veces pensamos que los cristianos más eficaces eran los que predicaban ante multitudes o que daban grandes cantidades de dinero; ahora estamos convencidos de que lo más sagrado y creativo, la mayor obra que uno es capaz de hacer, es reconocer a Dios, exaltarlo y orar. El individuo sentado en una silla de ruedas, ocupado en la adoración y la alabanza que se complace en el Todoperoso, alcanza a valer más que otro en el reino de Dios. El Señor no muestra preferencias, pero tampoco descarta a las personas. Nadie tiene que ser inútil; todos podemos expresar satisfacción por lo que nuestro Soberano realiza y clamar. Hay potencia en estas cosas.

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