Liberado de mi mismo

    ¿En algún momento has considerado el deleite increíble de una libertad negativa- no una licencia para hacer algo, sino una liberación de algo? ¿Conoces el gozo de darte cuenta de que hay ciertas cosas que no estás obligado a realizar? Tal vez la más emocionante de estas libertades sea la de no salirse con la suya.     No existe una esclavitud más grande que la que insiste en perseguir lo propio en cada situación. No hay nada en el mundo que destruya con más rapidez y totalidad las relaciones humanas que esta atadura a los deseos de uno mismo. Esta tiranía contamina los matrimonios, las amistades y los vínculos entre padres e hijos. La Palabra de Dios revela muy claramente que podemos ser librados de este problema.

Cuando el apóstol Pablo declara en 1 Corintios que el amor no busca lo suyo, está tratando con esta terquedad de llevar a cabo nuestra agenda privada. En el centro del pecado está mi propia voluntad egoísta y la demanda de salirme con la mía. Si voy a ser seguidor de Cristo, estoy comprometido a determinar una vez y para siempre que la ley de mi vida no es mi voluntad, sino la del Señor. Su voluntad tiene que ser suprema; esto quiere decir que la mía tiene que ser crucificada.

El Señor Jesús permite que nos equivoquemos muchas veces en la vida para que descubramos si somos capaces de mantenernos sin demandar lo nuestro. Con tantos errores personales, es preciso entender que no nos toca obstinarnos en nuestra agenda a menos que sea divinamente evidente que escudriñamos la decisión de Dios y no la propia. Es sorprendente cuánto crecimiento y cuánta sanidad pueden producirse en las relaciones humanas cuando llegamos al punto de inclinarnos ante otros, y sobre todo, ante él.

"El amor es paciente y bondadoso; no es envidioso ni jactancioso, no se envanece; no hace nada impropio; no es egoísta ni se irrita; no es rencoroso." (1 Corintios 13:4-5).

"Que haya en ustedes el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús, quien, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte , y muerte de cruz." (Filipenses 2:5-8).

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