Santificados por la fe

    Cuando nacemos de nuevo, somos conscientes de la presencia de Cristo en nuestra vida. Comenzamos a caminar con Él, y mientras nuestra comunión va creciendo, empezamos a darnos plena cuenta de la intensidad de la penetración del pecado en nuestro interior. Entendemos que una cosa es tener nuestras transgresiones perdonadas, y otra es recibir una limpieza del corazón. La iglesia no siempre ha declarado con claridad el mensaje del poder de la sangre de Cristo a través de la operación del Espíritu para purificar y santificar a los creyentes en lo más profundo de su ser. Pero siempre ha habido algunos de los que han sondeado las aguas profundas de la gracia y han hallado tanto una promesa como una advertencia de Jesús: "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios." (Mateo 5:8).

 ¿Pero cómo es posible? Ciertamente no somos capaces de lavar nuestro propio corazón, porque la misma voluntad que debería estar nítida se encuentra en un estado de contaminación. Toda salvación es obra de Dios, una acción de gracia en respuesta a la fe. La santificación, tanto como la justificación, es un resultado de creer, porque es algo que sólo Dios logra convertir en realidad. Pablo habló de esto cuando les dijo a los colosenses: " Y también a ustedes, que en otro tiempo eran extranjeros y enemigos, tanto en sus pensamientos como en sus acciones, ahora los ha reconciliado completamente en su cuerpo físico, por medio de la muerte, para presentáselos a sí mismo santos, sin mancha e irreprensibles." (Colosenses 1:21-22).

   Es también lo que el apóstol les comunicó a los tesalonicenses cuando oró por su santificación. Sabía que nunca lo realizarían ellos mismos, y por eso concluyó: "Que el mismo Dios de paz los santifique por completo; y que guarde irreprensible todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Aquel que los llama es fiel, y cumplirá todo esto." (1 Tesalonicenses 5:23-24). El llamado es una promesa. Puedes confiar en la sangre que fue derramada por nosotros. 

" ¿Quién merece subir al monte del Señor? ¿Quién merece llegar a su santuario? Sólo quien tiene limpias las manos y puro el corazón; sólo quien no invoca a los ídolos ni hace juramentos a dioses falsos." (Salmo 24:3-4).

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