Un cántico nuevo

   El cantar es una parte significativa en la vida cristiana. Tanto la doctrina de los hebreos antiguos como la fe del Nuevo Testamento han sido marcadas por la música como ninguna otra línea religiosa en la historia humana. 

 El nacimiento de Israel como nación se celebró con canciones. Moisés y María las entonaron cuando consideraron la salvación de la devastación en Egipto (Éxodo 15). Débora y Barac unieron sus voces en cantos cuando Dios rescató a los israelitas de la opresión cananea (Jueces 5). Jerusalén resonó con los sonidos de los instrumentos y coros cuando el arca del pacto se trajo al templo (1 Crónicas 15:16-28). 

 Los cańticos caracterizaban la existencia del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento cuando andaban en fidelidad con Él. Los interpretaban cuando trabajaban, cuando jugaban, cuando amaban y principalmente cuando adoraban. Fue díficil para ellos concebir la devoción a Yahweh sin música, porque Su presencia los motivó a loar.

 Esto continuó en la iglesia primitiva. Pablo y Silas cantaron después de haber sido azotados y tirados a la cárcel. Un creyente sin alabanza es una anomalía. No se puede encontrar mejor distinción entre el cristianismo y otros credos del mundo que una pieza coral de Bach, el Mesías de Handel o un himnario ordinario en una congregación cristiana. 

 Cuando el seguidor de Cristo mantiene una unión intíma con Él, el gozo es un producto inevitable de esa comunión, y su expresión natural es el canto. David sabía eso y declaró: "Te cantaré salmos, Señor, porque tú siempre buscas mi bien." (Salmo 13:6). Cuando permitimos que nuestra unión con Jesús languidezca, se muere nuestra melodía y nuestra voz se apaga.

¿Hoy es un día de sinfonía para ti?

" Entonces Ezequías ordenó ofrecer el holocausto en el altar; y cuando dio comienzo el holocuasto, dio también comienzo el cańtico del Señor, con las trompetas y los instrumentos del rey David de Israel. " (2 Crónicas 29:27).

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