Anclados en la verdad

     Feliz viernes. ¡Ya casi llega el fin de semana!

    A lo largo de este mes hemos explorado la identidad que Dios nos ha dado, exponiendo algunas de las mentiras que han configurado nuestra autoestima, y las hemos orientado hacia la verdad de la Escritura. Hoy llegamos a la última mentira que suele definir nuestro sentido de identidad: Soy lo que siento. 

 Vivimos en una cultura que da mucha importancia a los sentimientos, elevándolos por encima de todo lo demás, incluso de la verdad y de la razón. Es fácil quedar atrapado en la red nuestras propias emociones y con frecuencia se nos dice que "sigamos a nuestro corazón." Esto puede llevarnos a vivir como barcos en alta mar, es decir, zarandeados constantemente por las olas ascendentes y descendentes de nuestras emociones, sin tierra firme que nos ancle o nos ayude a sentirnos seguros.

 Nuestros sentimientos son inconstantes y poco fiables, fluctúan con las circunstancias y muchas veces nos llevan por mal camino. En un momento podemos sentirnos confiados y seguros, y al siguiente, acosados por la duda y el miedo. Si basamos nuestra identidad únicamente en cómo nos sentimos en un momento dado, estamos edificando nuestra vida sobre arenas movedizas. 

 Dios nos ofrece una base diferente sobre la cual podemos construir nuestra identidad. Nos llama pueblo elegido, somos hijos de Dios, creados a su imagen y amados sin medida. Nuestra identidad no se basa en sentimientos, sino en nuestra relación con él. Cuando cimentamos lo que somos en la verdad de Dios, encontramos una base firme que no puede ser sacudida por las tormentas de la vida. Ya no nos zarandean las olas de nuestras emociones, sino que estamos firmemente anclados en el amor y la fidelidad inmutables de nuestro Padre celestial.

 Esto no significa que ignoremos o reprimamos nuestros sentimientos. Dios nos creó como seres emocionales, y nuestro bienestar emocional es increíblemente importante. Se trata de aprender a reconocer nuestros sentimientos y llevarlos a Dios, en lugar de permitir que dominen nuestra vida y dirijan todas nuestras decisiones y acciones.

 En el pasaje de hoy, Jesús nos enseña a amar a Dios "con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas. " Lo que quiere decir es que hemos sido invitados a poner todo nuestro ser delante de Dios en oración y adoración, es decir, nuestros sentimientos, pensamientos y acciones.

 Tus sentimientos son importantes, pero no siempre te dirán la verdad. A veces te convencerán de que no eres lo suficientemente bueno, de que no eres digno o de que la gente no te valora. Por eso, no debemos confiar en ellos, debemos apoyarnos en la verdad de la palabra de Dios. Esta sí define nuestra identidad.

 Recuerda, tus sentimientos no siempre te dirán la verdad, pero la Biblia siempre lo hará.

La palabra de Dios es un ancla para la vida, un fundamento seguro en el que podemos descansar y fundamentar nuestra identidad. Es también, una referencia a la que podemos volver en cualquier momento para recordar quiénes somos realmente y qué dice Dios de nosotros.

 Cuando la duda, el miedo y la inseguridad nos abrumen, podemos acudir a las promesas de la Escritura en busca de consuelo y seguridad. Si nos vemos tentados a definirnos por nuestros éxitos o fracasos, podemos recordar que nuestro valor no se mide por criterios terrenales, sino por el amor que Dios nos tiene. Como dice el pastor Stephen Furtick: "Lo que más importa no es lo que yo crea que soy o no soy. Lo que importa es lo que mi Padre ve en mí y dice de mí."

 Al entregar diariamente nuestros sentimientos y emociones a Dios, él nos transforma desde dentro hacia fuera, renovando nuestra mente y conformándonos a la imagen de su Hijo. No necesitamos esforzarnos por encontrar nuestra identidad en otro lugar que no sea él. 

" Jesús le respondió: El más importante es: Oye, Israel: el Señor, nuestro Dios, el Señor es uno. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. " (Marcos 12:29-30).

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