Arraigados en amor

  Analicemos juntos el pasaje de hoy.

En los últimos días nos hemos enfocado en la hermosa y profunda oración que Pablo hace por los creyentes de la iglesia de Éfeso y a medida que la escudriñamos descubrimos una profundidad cada vez mayor en ella. Hoy exploraremos el tema más esperanzador de esta petición: el amor de Dios.

   Seguramente, después del pasaje de hoy, te estarás preguntando: ¿Qué significa que nuestra vida esté arraigada y cimentada en amor? Para Pablo es como un árbol joven que está destinado a florecer y a crecer fuerte gracias al alimento que absorbe desde sus raíces.

     A partir de esta idea, el apóstol explica más adelante cómo el amor de Dios nos alimenta y nos rodea completamente transformándonos para siempre. Es importante notar como Pablo ora para que los creyentes de Éfeso "puedan comprender" en su totalidad el amor de Dios y no sólo una parte de lo que esto representa.

  Pablo no solo asume que todos los que se congregan en una iglesia o siguen a Jesús han aceptado totalmente que son amados, al contrario, él sabe lo díficil que puede ser para nuestro corazón comprender un amor tan profundo, tan desinteresado y tan perfecto.

  Todos en algún momento hemos tenido dificultades para aceptar que el amor de Dios por todos nosotros es así de real y verdadero sin importar quiénes somos, qué hemos hecho ni de dónde venimos.

 Pablo, por su parte, quien ya había experimentado el amor de Dios en su vida, está desesperado para que todos, sin excepción alguna, puedan sentirse verdaderamente amados, sin embargo, él sabe que no siempre es fácil recibir y aceptar algo tan perfecto y que además es mucho más grande que nosotros mismos. Posiblemente te ha sucedido algo así y en ciertas temporadas de prueba necesitas de su poder sobrenatural para comprender con tu mente y corazón su inmenso amor.

 El propósito de la oración de Pablo es que entendamos de inicio a fin, que la historia de la Escritura es un relato de amor interminable: vasto, profundo, real, desinteresado, ilimitado, es un amor que trasciende incluso la muerte misma y para la cual no existe ningún obstáculo. En pocas palabras, se trata del amor de Dios por ti y por mí.

  Te invito por un momento para que pienses en el Gran Cañón del Colorado. Se trata de un paisaje rocoso cuya inmensidad te deja sin palabras. Tal vez no hayas estado ahí en persona, pero trata de imaginar lo que se sentiría estar parado frente al enorme precipicio de esa gran formación natural. Evoca la sensación que tienes cuando estás ante una gran altura o profundidad.

 De la misma manera, imagina que estás en pie en un acantilado y que desde la cima, observas la inmensidad del océano. Conforme tu vista recorre el panorama que tienes frente a ti, el horizonte no se expande, y no importa hacia dónde dirijas tu mirada, siempre hay algo más allá. Bueno, pues así es como la Biblia presenta, a través de imágenes, la extensión e inmensidad del amor de Dios por sus hijos.

 No se trata de algo pequeño que cuando desvías la mirada desaparecerá, tampoco es una bendición pasajera ni un sentimiento fugaz que deja de existir después de cierto tiempo: su amor es como el más grande de los océanos que jamás hayas visto. No tiene principio ni fin y hoy sin importar en donde estés, te alcanza. Es mi oración, que tus pies están firmemente arraigados y cimentados en amor mientras sigues avanzando en lo que resta del día.

 "para que por la fe Cristo habite en sus corazones, y para que, arraigados y cimentados en amor, sean ustedes plenamente capaces de comprender, con todos los santos, cuál es la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo; en fin, que conozcan ese amor, que excede a todo conocimiento, para que sean llenos de toda la plenitud de Dios. " (Efesios 3:17-19).

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