El escudo de la fe para vencer la apatía

      Analicemos juntos el pasaje de hoy.

Hay una verdad dolorosa de que nadie puede escapar: la vida es dura. No importa si eres creyente o no, las situaciones díficiles son inevitables y a lo largo de nuestra existencia nos enfrentaremos con la duda, la preocupación, el sufrimiento, la falta de fe y el agotamiento. Habrá momentos en los que avanzar se volverá sumamente díficil porque nadie a nuestro alrededor conoce nuestras batallas personales. Así que, muchas veces, el camino más fácil será solo ocultarnos, agacharnos y sumergirnos en un escondite que nos proteja de las flechas ardientes de la vida.

 La lucha por mantener encendido nuestro espíritu es una tarea agotadora porque implica confrontarnos a nosotros mismos y desechar la apatía que mata poco a poco nuestra fe. Es una lucha bastante complicada porque tiene que ver con nuestra propia naturaleza.

 Es por esta razón que Pablo hace tanto enfásis en las herramientas que Jesús pone a nuestro alcance y nos empuja hacia soluciones prácticas para hacer frente a todas estas dificultades. En el pasaje de hoy, el apóstol nos revela una poderosa protección contra los diversos ataques espirituales a los que estamos expuestos, se trata del escudo de la fe.

  Pablo nos dice que esta parte de nuestra armadura es sorprendentemente efectiva para apagar todas las flechas encendidas del maligno, y es también una herramienta que añade fuerza a nuestra defensa espiritual sin importar cuán intimidante sea el ataque. 

 Pero, ¿cómo usar este escudo?

Pues es relativamente sencillo y requiere de un gran impulso, debemos poner la fe en práctica. La BIblia en Marcos 9 nos proporciona un claro ejemplo. El padre de un niño poseído por un demonio habla por todos nosotros cuando le dice a Jesús: ¡Sí creo! ¡Ayúdame en mi poca fe! Sin duda es una petición desesperada que refleja una de las grandes frustraciones que tenemos como creyentes.

 Queremos creer en Dios y en Su Palabra, pero a veces, aunque lo intentamos con nuestras fuerzas, se vuelve una tarea imposible. La vida es díficil y este hecho tendría que ayudarnos a creer con mayor impulso, sin embargo, al no lograrlo llegamos a pensar que de alguna manera estamos fallando. Adoptamos ideamos equivocadas que nos hacen pensar que dudar no nos es permitido. Cuando esto pasa, comenzamos a tener pensamientos extraños como: "No me extraña que esto me esté pasando, pues no tengo suficiente fe." Y así nos vamos distanciando poco a poco de Dios, movidos por la verguenza de creer que le hemos fallado. Al final nuestro espíritu termina apagándose.

 ¿ Alguna vez te has sentido de esta manera? Si es así, quiero recordarte algo: la fe no funciona de esta manera. Creer que no hay lugar para las dudas es una idea completamente equivocada y si has caído en esta trampa, replanteáte tus ideas hoy. Recuerda, lo opuesto de la fe no es la duda, sino la apatía. En otras palabras, es quedarse de brazos cruzados sin hacer nada ante la incertidumbre.

 Cuando el padre del niño poseído clamó desesperado a Jesús: "Ayudáme", en realidad estaba levantando el escudo de la fe, porque incluso sabiendo que luchaba con su propia incredulidad, el hizo algo al respecto, en lugar de rendirse, entregó su falta de fe a Jesús y optó por confiar en que Dios podía hacer lo que para él era imposible.

 Esto es básicamente lo que significa la fe: confiar completamente en Dios a pesar de tus dudas y creer que el Señor hará todo lo que tiene que hacer incluso cuando dudes que así será. Tener fe es saber que puedes pedir ayuda, aún cuando no puedes ver la salida.

 Por tanto, el escudo de la fe no es sólo para aquellos que creen sin dudar en la voluntad de Dios, es también para ti y para mí.

 Dedica un momento para reflexionar en esto: cuando clamas a Dios por ayuda, te estás colocando detrás de su protección, estás levantando una defensa poderosa ante los ataques del enemigo. Cada vez que reconoces tus dudas ante él, estás invitando al Señor a que te cubra. Nuestras dudas también son usadas por Dios, pues él las transforma y fortalece, esa es nuestra defensa. 

 Haz a un lado esas ideas que te han hecho creer que dudar está mal, el escudo de la fe no se basa en tu capacidad para defenderte sino que está completamente arraigado en la capacidad de Dios para defenderte a ti. No olvides que él puede hacerlo y cómo en todas las situaciones del pasado, lo hará de nuevo.

  Así que toma tu escudo hoy, sin importar cómo te sientas respecto a tu fe y vence en Cristo Jesús.

 " Además de todo esto, protéjanse con el escudo de la fe, para que puedan apagar todas las flechas incendiarias del maligno." (Efesios 6.16).

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