El amor no se jacta

   Analicemos juntos el pasaje de hoy.

 A lo largo de esta semana hemos explorado el amor radical y contracultural de Jesús como la mayor de las virtudes. También hemos comprendido que el amor sostiene todo lo bueno. Es el pegamento que afimra nuestra visión del mundo y es la razón por la que tú y yo estamos aquí.

 El pasaje de hoy captura particularmente una palabra que es la esencia del amor, se trata de la humildad y este será nuestro enfoque. Para ello recordemos lo que dice 1 Corintios 13:4: "El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso." 

 El libro infantil "Fool Moon Rising" habla de un error cósmico. Narra la historia de la luna que, cegada por su orgullo, se jacta de su capacidad para brillar, cambiar de forma y hacer crecer las mareas. Narra la historia de la luna que, cegada por su orgullo, se jacta de su capacidad para brillar, cambiar de forma y hacer crecer las mareas. Sin embargo, no todo es como la luna cree. Un repentino rayo de sol rompe las ilusiones de la luna y revela la verdadera fuente de su esplendor. La luna se humilla, obligada a reconsiderar todo. Al no estar enfocada en sí misma, aprende a jactarse ya no de ella, sino del sol, reconociendo al fin su posición en el sistema solar. 

Esta fábula representa un viaje de iluminación y humilde autoconocimiento. Si queremos entender el amor de Dios y aprender a amar a los demás, debemos seguir un proceso similar.

 Para ello debemos ser como la luna. Pero, ¿cómo lo hacemos?

 Primero, al igual que la luna se dio cuenta de que no tenía luz propia, debemos reconocer que no somos la fuente del amor. En lugar de jactarnos de nosotros mismos, debemos aceptar que todo lo que tenemos proviene de Dios. El amor es un regalo del cielo. Solo amamos porque Cristo nos amó primero. Cuando tratamos de inventar el amor de la nada, somos como un coche que conduce sin gasolina. No tenemos nada que dar y rápidamente nos quedamos sin altruismo y empatía. En conclusión: No podemos amar a los demás si no tenemos a Jesús.

 Segundo, al igual que la luna cambió su perspectiva, también debemos cambiar la nuestra. Para combatir nuestro orgullo, debemos apartar intencionalmente nuestra mirada de nosotros mismos y enfocarla en Jesús. Mientras contemplamos la belleza de Cristo, nuestro egoísmo se disipa. El amor sacrificial de Jesús fluye hacia nosotros y a través de nosotros. En pocas palabras, nos convertimos en reflectores de su increíble e inmerecida gracia.

  Finalmente, al igual que la luna aprendió cuál era su lugar, así también debemos encontrar el nuestro. Al dejar nuestro orgullo, aprendemos a vivir en paz sabiendo cuál es nuestro lugar en el universo. No somos Dios, somos sus hijos amados, su creación magistral. Tenemos una identidad dada por él. Es a partir de esta seguridad y verdad que podemos amar a los demás de forma genuina, generosa y sostenible.

  Recuerda que el orgullo sofoca el amor mientras que la humildad lo multiplica.

 " Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia. " (Colosenses 3:12).

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