Cuando tu mundo se estremece

   ¿Alguna vez has sentido que tu mundo se estremece, como si la seguridad de tu vida estuviera temblando? De pronto el médico dice: "es cáncer." Tus hijos se involucran en problemas al asociarse con malas compañías. Una crítica negativa del trabajo aparece en tu bandeja de entrada. O, tal vez, a un pequeño temblor aparentemente insignificante, le sigue otro, hasta que se produce un enorme agujero en lo que considerabas un terreno firme.

 En el pasaje de hoy, el profeta Habacuc recibió un mensaje de Dios que sacudió su mundo y amenazó con mover sus cimientos. Habacuc le había preguntado a Dios por qué no escuchaba sus oraciones. ¿Por qué Dios permitía la violenta destrucción en Judá?

 Habacuc estaba asustado, pero respondió ante su situación con fe. No elevó angustiosas oraciones del tipo "que pasaría si", sino solamente declaraciones poderosas sobre lo que Dios ya había hecho. Dios se había mostrado grande y fuerte, él había rescatado a su pueblo, y Habacuc eligió regocijarse en el Señor (versículos 18 y 19).

 Puede ser que lo que estás viviendo ahora te haga temblar. Pero, tu preocupación no significa que te falte fe, simplemente indica que tu realidad está empezando a estremecerse. En esos momentos, nosotros , al igual que Habacuc, debemos recordar lo que Dios ya ha hecho.

 Algo interesante es que nosotros podemos tener presente un hecho que Habacuc no había visto: la cruz. Si estás tentado a dudar de la capacidad de Dios para confiarle tu situación, hoy te invito a mirar hacia la cruz. Es en la cruz donde Dios se revela como nuestro protector, proveedor y Salvador. Si podemos confiar en Jesús para salvarnos de nosotros mismos, librarnos del pecado y ofrecernos la salvación eterna, entonces también podemos confiar en él para salvarnos en los momentos más díficiles.

  " Aunque todavía no florece la higuera, ni hay uvas en los viñedos, ni hay tampoco aceitunas en los olivos, ni los campos han rendido sus cosechas; aunque no hay ovejas ni vacas en los corrales, yo me alegro por ti, Señor; ¡me regocijo en ti, Dios de mi salvación! Tú, Señor, eres mi Dios y mi fortaleza. Tú, Señor, me das pies ligeros, como de cierva, y me haces andar en mis alturas." (Habacuc 3:17-19).

Comentarios

Entradas más populares de este blog

María, un ejemplo de obediencia

La generosidad

Poderoso para guardarte