Yo soy la luz del mundo

   El Faro de Alejandría era una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Con sus 100 metros de altura, proporcionaba seguridad al tráfico marítimo. Era un prodigio de la ingeniería. Se dice que la estructura podía proyectar un haz de luz de 160 kilómetros en la noche meditérranea para guiar a los marineros en apuros a casa.

   Los historiadores atribuyen esta obra maestra a Sóstrato de  Cnido, el arquitecto de la torre. Sin embargo, cuenta la leyenda que, una vez terminado el faro, Ptolomeo II- el rey de Egipto- exigió que fuera él, y no Sóstrato, quien figuraba en la inscripción que honraba la construcción del faro. Ptolomeo pretendía, de forma engañosa, que se inmortalizara su nombre y no el del constructor.

 Sóstrato, sin embargo, ideó un plan. En lo profundo del mármol, cinceló su propio nombre. Luego lo cubrió con una capa de yeso con la inscripción forzada de Ptolomeo. Con el tiempo, la lluvia y el mar astillaron el yeso barato, revelando a su verdadero creador: el verdadero arquitecto de la luz. 

  Esta historia es un ejemplo útil. 

  En medio de la omnipresente oscuridad del mundo, muchos afirman tener respuestas a nuestros anhelos más profundos: " Hazte rico y tus problemas se resolverán." "Aumenta tus seguidores y vencerás la soledad." " Concéntrate solo en ti mismo y tu ansiedad desaparecerá." 

 El problema es que ninguna de ellas resulta ser cierta. Seguimos perdidos. Como Ṕtolomeo, estas promesas tienen falsas pretensiones de autenticidad. No son verdaderas. Ninguna de ellas proporciona la paz y la seguridad duraderas que anhelamos. No podemos cambiar la oscuridad. Necesitamos ayuda. Sólo Jesús es la luz del mundo que alumbra en medio de nuestra oscuridad.

  " En otra ocasión, Jesús dijo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida." (Juan 8:12).

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